ELUCUBRACIONES ROSAS Y COTILLAS
Elucubraciones rosas y cotillas
Cuando entro en una de estas pastiseries del centro de Paris, tengo la sensación de entrar en el comedor de un glamuroso castillo, de esos que igual jamás existió, pero que las pelis te lo han vendido como la exquisitez del siglo XVIII. En fin, será cuestión de tomar mi te y un empalagoso pastel de merengue y soñar con ello.
¡Vaya, en la mesa de al lado tengo tema, tema del bueno! ¿Qué hará ese viejales con esa macizorra? tiene edad como para ser su padre ¿Se hacen ojitos? ¿O es que mi mente novelesca me hace ver lo que me gustaría que fuera?
No hay duda son miradas tristes, pero cómplices. ¡Ah! y ese ligero roce de manos, sí, sí….. aquí hay tema, seguro. Susurran en vez de hablar, qué raro se me hace, en mi tierra la gente habla sin pensar que se le puede oír y eso me gusta. Somos cotillas por naturaleza y estos me están fastidiando la afición.
Ahora ella saca papeles, un buen dosier. Papeles del divorcio, seguro. Él los lee con afición, saca boli y empieza a firmar. Está claro, debe ser que le está pidiendo el divorcio ya que los firma él. Lo que faltaba, empieza a llorisquear por lo bajini. Él la mira, yo diría que con cariño y ojos húmedos. Me sorprende ver a una tiarra así, tan indefensa como la veo ahora. Le echa reaños e intenta mantener el tipo, se nota.
¡Leches! ¿Ese tiarrón que acaba de entrar se va a sentar con ellos? Me impone ese negrote de dos metros, trajeado y piel brillante. Besa ligeramente los labios de ella y da un apretón sólido a él.
¡Ay dios, la que se va a liar aquí! Pasa el brazo sobre el hombro de la mujer y ella se acomoda como buscando protección, aunque no le cambia la expresión triste ni así. Él empieza a hablar en un correctísimo francés, con lo cual no entiendo nada de nada. El viejo asiente a cada momento con un movimiento de cabeza. El negro baja la mirada y posa su mano sobre la de él, se diría que es un gesto de agradecimiento. ¡Claro, se lo debe estar poniendo muy fácil, cualquiera se enfrenta a esa pedazo mano!
Ella saca un fajo de fotos del bolso y se las pasa. Ya está, deben ser las fotos que le hicieron al viejales con otra. No tiene pinta de don juan, pero sí de tener mucha pasta, eso nunca ha fallado para ligarse a pibas como esa.
Empieza a llorar desconsolado. No es de extrañar, debe estar muy avergonzado e intimidado con el cacho novio que se ha sentado en la mesa. Ella recoge los papeles. Le entrega las fotos y al meterlas en el bolsillo de la chaqueta se le caen varias al suelo. Algunas resbalan lo suficiente cerca de mis pies como para que pueda verlas claramente.
En una foto aparece el negrote, la pibona y un mulatito de unos seis años. En otra, el viejales con una de su edad y el niño abrazándolos con sonrisa de oreja a oreja, creo que deben ser sus abuelos. En otra, el mulatito de unos 10 años arrastrando un gota a gota por el pasillo de un hospital, sólo sonríe. En otra, la pareja joven ya no sonríe, sólo acompañan al muchachito que está con los ojos cerrados en una cama de hospital.
Se me hace un nudo en la garganta. Le entrego las fotos a ella, avergonzado por mi mente sucia. Ella esboza una mueca de agradecimiento y me dice:
– Merci, merci – mientras estruja las fotos contra su pecho y va repitiendo como un torrente de lágrimas: mon amour, mon amour.
Pago y me marcho a toda prisa, notando a mis espaldas una mano acusadora que me hace sentir como un gusano.
Pilar Moreno, 8 de enero de 2018